martes, 20 de enero de 2009

Barack.....tiempo de cambio?




El mundo mira hacia Washington con una ilusión casi religiosa. Obama llega a la Casa Blanca encarnando el final de los peores ocho años de gobierno de los Estados Unidos y la solución a los problemas que George W. Bush ha acumulado y producido desde su llegada a la presidencia en 2001. Se espera de éste que sea el mandato del Cambio: el primer presidente negro de los Estados Unidos concentra en su persona las expectativas de millones de ciudadanos norteamericanos y del resto del mundo.

Bush abandona la presidencia comparado por los especialista con Richard Nixon. Sus polémicas y nefastas iniciativas bélicas han condicionado una política internacional impopular, marcada por las guerras en Irak y Afganistán -donde este fin de semana murieron cinco personas en un atentado a una base estadounidense-, actuaciones ahora consideradas un fraude que Bush hijo maquilla con un dato: Estados Unidos no ha sido blanco de ningún atentado terrorista desde hace siete años. La política interior ha consistido en leves actuaciones fiscales y sanitarias que tampoco han gozado de buena acogida o utilidad y que finalmente han dejado al país creciente de hace ocho años con un acusado déficit, además de no haber sabido gestionar sucesos excepcionales como el desastre del Katrina. Todo esto, desde su ajustada y polémica elección, inspira el pronóstico de que George W. Bush será juzgado por la Historia como el peor presidente estadounidense hasta el momento, un artista del error gestor, cuando no un simplón y perezoso títere de su vicepresidente Dick Cheney.



En las comparaciones históricas, Obama se lleva la mejor parte. Su imagen dinámica ha sido comparada con la de Kennedy -más aún cuando se detuvo a un joven que planeaba disparar contra el presidente electo- y ahora, habiendo llegado a realizar el idéntico viaje de Philadelphia a Washintong que realizó Lincoln en el siglo XIX, se equipara su imagen a la de éste antiguo presidente, reavivando el fuego del ya desgastado sueño americano. En un discurso previo a su investidura, el pasado fin de semana, Obama apelaba a la unidad frente al monumento a Abraham Lincoln, emplazamiento ligado a la figura de Martin Luther King. Pudimos verle agasajado por la actuación de varios músicos, entre los que se encontraba Bruce Springsteen, arquetipo del patriotismo artístico americano, y U2, agrupación cuya vida y obra está intensamente implicada con la lucha por una justicia idealista. Obama canturreaba el tema American Pie en su primer baño de multitudes protegido en una urna de cristal blindado.

El nuevo presidente de Estados Unidos sabe rodearse de simbología y utilizar la retórica, apela a los principios básicos del patriotismo, de la libertad y de la igualdad, llena su discurso de referencias a líderes míticos y bebe de los grandes oradores para emocionar a una audiencia necesitada de optimismo, incluso de idealismo. Ahora hará falta un plan para llevar ese discurso a la pŕactica.

Barak Obama, en referencia al gobierno de George Bush, ha dicho que prefiere mirar hacia delante en lugar de juzgar a su predecesor, que le deja un difícil gobierno. Recibe un país en un estado tal que el líder brillante que se espera que sea Obama es indispensable, recibe un planeta -no olvidemos que hablamos de la primera potencia mundial- marcado por un conflicto globalizado entre Oriente y Occidente, que acusa una crisis financiera que ya se equipara a la del ‘29 y que algunos ya se han atrevido a identificar como el epitafio al capitalismo.

En lo social, la elección de Barak Obama es un importante varapalo al estadounidense racista, pero no la exterminación este sentimiento que puede verse exaltado si no hay una gestión del Gobierno afortunada. Es más, Obama es hijo de keniatas y se formó en un entorno marcadamente islámico, rodeado de diferentes culturas, confesiones y razas; representa el triunfo de los sectores sociales más desfavorecidos, desde los discriminados racialmente a los inmigrantes que llegan a Estados Unidos desde el sur -no en vano fue importante el voto latino, que Barak llegó a pedir en español, algo impensable en Bush-.

Una de la primeras actuaciones del nuevo presidente estadounidense será mediar en Oriente Medio, asegurar la llegada de ayuda humanitaria a la franja de Gaza y, para que el alto el fuego tenga consecuencias al menos a medio plazo, incrementar y mantener la implicación de los países implicados en el conflicto y de la Unión Europea. Tendrá más trabajo en lo que a conflictos bélicos se refiere si, como prometió, retira la ocupación estadounidense de Irak -lo que conlleva la responsabilidad de garantizar la aún incierta seguridad de la población civil de la zona-. También habrá que negociar con Cuba y limar asperezas con otros países de latinoamérica. A muy corto plazo, el cierre de Guantánamo se presenta como algo tan necesario como urgente, a la vez que complicado, ya que requerirá importantes actuaciones diplomáticas.

Y en esas actuaciones puede verse implicada España. Zapatero no descarta que haya a corto plazo una reunión con Obama -quien ya se ha informado sobre el modelo de sistema sanitario español-. El peso diplomático de España, interpretado como creciente por Zapatero después de la presencia en la cumbre del G20 y en la reciente de Oriente Medio, podría tener un importante papel en las actuaciones internacionales estadounidenses, y eso precisamente es algo que en España se espera que suceda mediante una reactivación de las relaciones con Estados Unidos.

En conjunto, se espera de Obama poco menos que la panacea a todos los problemas globales y particulares de Estados unidos, lo que demuestra que ha cautivado con su ideología -o idealismo- y con su apuesta por las libertades de cada individuo. Tal vez, esta capacidad casi omnipotente que se le adjudica a Obama no sea más que el reflejo de la necesidad cambio más que el cambio en sí, y en la política, salvo escasas y honrosas excepciones, suele complirse la ley de que cuantó más asciende la ilusión más dura será la caída del fiasco. El primer error que podemos cometer ahora es pensar que todo es cuestión de tiempo y que la esperanza era un resultado electoral; el segundo es el de confundir la figura del máximo responsable con el único responsable de un estado -no olvidemos que cuando se habla de democracia hablamos de la acción de millones de personas-. Quedan por delante cuatro años -quizás ocho- en los que habrá que trabajar duro para encaminarse hacia la utopía, nada más y nada menos, partiendo de un escenario internacional que es, por decirlo en positivo, el ideal para que un hombre brillante demuestre que lo es.



Extraído del blog: Que no sea de garrafa
Literatura, música, arte y un par de copas